martes, 12 de mayo de 2009

sobrE Lolita* y la apariciÓn de Los Otros


A mis veintiún años ya hacía rato que había decidido morirme a los cuarenta y cinco, no se cómo o cuándo pasó-igual que mi fobia a las plumas-, lo raro es que todavía tengo la certeza de que va a pasar. Hasta me tomé el trabajo de planear una vida ideal o estándar como para poder proyectar algún logro que otro.

Ayer mientas estaba bañándome me sucedió, me paralicé por completo, ahí, sentada en la bañera, sin que me importe nada, ni mi depilación express, la ventanita diminuta filtrando el frío, ni las gotas que caían desde mi pelo por la espalda, ni mi fiebre. No me importaba nada, nada más que saber qué sería de mí si moría antes de esa edad.

Salí de la bañera, prendí un cigarro y me senté a escribir, sólo eso.


Una noche mientras reptaba tratando de dormir en mí plaza y media de colchón, recibí un llamado de Augusto, preocupado por mi aparente desaparición vespertina. Quería hablar, lo escuché un rato, lo cuestioné un poco como era de costumbre y volví a tratar de conciliar el sueño, olvidándome de los problemas tan banales que le preocupaban.

Ese día me había borrado de la faz de La Tierra con un ex amigo suyo sin que él lo supiera, porque alguna que otra vez aparecían preguntas sobre nuestra relación que no estaba dispuesta a contestar. Por ese entonces Augusto, Peter, Grants y Bob ocupaban parte de nuestras charlas de la tarde. Nos embelezaba a más no poder el absurdo de su histrionismo y su desgarradora necesidad de cualquier tipo de amor.

El tipo vivía solo con un gato, y al parecer hacía tiempo trataba de pelear con él mismo por mantener una relación monógama, que de años atrás resultaba fallida.

La mitad de su familia vivía en Europa y hasta donde sé, lo único que le quedaba cerca-y demasiado-era un hermano con el que de vez en vez se tomaba un escocés (como le gustaba decirle a él) y discutían por diferencias sin solución.

Hacía esfuerzos sobrehumanos por salir de la cama todos los días y empezar la mañana dejando de ser él, escondido en el cuerpo de un tipo panzón, casi prolijo, que se tragaba sus convicciones para justificar la plata que se ganaba a fin de mes, y que todavía tenía secuelas de cocaína en los gestos y de pastillas en la mirada.

Augusto era extrovertido, buen amante, bastante emprendedor y moría por ser el padre que siempre quiso tener. Tenía vicios, miedos, faltas de ortografía, deudas, verdades que nunca iba a contar y soportaba la terrible sensación de que Peter y Grants lo parasiten.

Fue luego de que pasé unas semanas trabajando con él, que apareció Bob. La tercera de sus personalidades.

Bob era mentiroso compulsivo y vivía en silencio dentro del hombre sin que los otros dos se dieran cuenta. Siempre sigiloso, inoportuno, deshonesto. Aparecía mientras los otros dormían a pata suelta y tomaba a Augusto de rehén hasta que lograba hacerlo escupir hasta la última mentira que se le había ocurrido.

Para eso estaba Bob, para dejar al tipo como un verdadero gil. Bob tenía ínfulas de supertsar y le gustaba la atención de la masa, tan así que no se conformaba hasta que Augusto no terminaba de hacer el ridículo adelante de un lindo número de personas, en general, siempre pasaba la decena.

Siempre dudé de la real existencia de Bob, me costó una gran seguidilla de mentiras asumir que existiera otra personalidad.

Aquel día que a través de la boca de Augusto habló Bob, la conversación venía siguiendo un curso uniforme y estaba bastante descolgada de la normalidad como se nos había hecho costumbre, hasta que de a poco la charla llevadera quedó convertida en un monólogo que, ahora, hacía Bob sobre su vegetarianismo. Con mi cinismo y condición de incrédula traté de tirar abajo, sin efecto alguno, mientras me reía del tipo. Para cuando empezó a incluir powerpoints y videos en youtube, ya había perdido todo el interés y sólo escribía en mi ventana de Messenger “qué horrible”

Yo sabía que Augusto comía carne, y sabía también que no iba a dejar de hacerlo, lo que no entendía era por qué inventaba esas cosas, que no preocupan a nadie, que a nadie le interesan y sin embargo no son verdaderas. Con el tiempo noté que era necesario para él hacerlo. Era la única manera de mantener vivo al mentiroso, y sé que es imposible para él- y para cualquiera de nosotros- matarlo, todos tenemos un Bob. Estoy segura de que hasta las monjas tienen uno, los viejitos moribundos del Piñeyro del Campo tuvieron un Bob toda su vida, hasta Sara Perrone tiene la capacidad de tener un Bob, más chiquito o más grande pero Bob al fin.

Obviamente Bob no conocía “mal” o por lo menos prefiero pensar así, por eso era que sus mentiras nunca eran nada trascendentales.

¿Por qué está mal mentir? Está mal mentir cuando los demás conocen la verdad y entonces, queda uno como un papafrita (todo junto sí). Pero dejando ese caso aparte, todavía no entiendo qué es lo que está mal o lo que no está bien.

2 comentarios:

  1. Me muero de ganas de hacerle un prologo a esta obra, a este libro de vida, que pone la palabra justa, escondida, para mostrar una realidad falsa, lo que hace un oximoron de la letra. Por mi favoritismo por la literatura, me meto en un genero, que es el suspenso, leo como que me dejara un enseña, como que se van pintando los personajes de a poco y voy a entrar esclavizado a la pantalla, realmente quiero mas, es droga, no puedo dejar de releer, necesito seguir, la escritora habilmente nos atrapo a todos...

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  2. Jajajaja...Ay mi Lolita. Pusiste la foto de la princesa del Tequila.Nos hace falta mas noches asi,para decidir, si nos bajamos la edad un poquito mas, y nos morimos a los 40.Jajaja.
    Despues te hablo de esto de arriba, jojojo.
    Besote!

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